¿Quién dijo que el silencio es mudo
cuando el horror
de sangre derramada
es la única potencia salvadora?
Os llevaré a la cueva de la historia
a escuchar el silencio
de los héroes testigos del desastre,
los que aún gritan
por qué pacen los bueyes
cunetas y ribazos
donde el tumulto de los huesos
espera aún las lápidas con nombre.
Porque decidme,
¿Quién habló más
hasta desgañitarse,
sin llegar a decir una palabra
cuando la vio
enhiesta sobre el monte?
¿No fue el picapedrero a la intemperie,
aquel que puso en pie, con sangre,
la aterradora Cruz que otea el Valle,
la que impasible escucha los lamentos
de los Caídos
que ya son sólo húmeda ceniza?
¿Quién habló más, estando mudo,
cuando escuchó los gritos
del cuadro de Guernica?
¿No fue quien vio llegar
al Juez inapelable y a su escolta
en hartos bombarderos,
los de las negras cruces en la panza,
para sembrar
su cólera bendita
hasta dejar afónico al espanto
que sólo halló refugio en el infierno?
¿Quién puede hablarme más,
desde el silencio,
que el agitado inerte mármol de la losa,
tallada sin su nombre,
bajo la que se esconde, ya,
sólo memoria?
¿No fue el que enloqueció
cuando la cólera rabiosa
y el férvido silbido del obús
cazaban sombras y trincheras?
¿No fue aquel inexperto en despilfarro
de gritos silenciosos
a quien marcó el dolor inútil
que arrastra la contienda,
y tiene que esconderse en el subsuelo
sin derramar la furia que gangrena?
Pero ya veis que aquella altiva Cruz
sigue en la cumbre,
que el tonante Guernica
está colgado de la historia
y los obuses,
que tanta carne joven incendiaron,
son ya chatarra vieja
que no puede aturdir.
como entonces, la puerta a la trinchera,
y sin embargo
son esos gritos los que escucho
cuando el silencio llega a la locura
del delirio y no encuentra una respuesta
al frío incandescente de sus nombres
y al temblor agustiado
de la anónima tierra que aún los cubre.